El Gambito de Apba (o sobre una muy interesante experiencia institucional)
Por Sergio Zabalza*
Hace pocas horas tuve el gusto de participar en la reunión que, bajo el título La escucha y la palabra como lazo social, organizó la Asociación Psicólogos de Buenos Aires para reflexionar sobre las nuevas prácticas desplegadas desde la clínica en la emergencia. En este caso se trató del interesante dispositivo montado por esta institución que consistió en convocar a sindicatos y organizaciones sociales con el fin de brindar a sus afiliados la posibilidad de contar con acompañamiento psicológico en el duro trance al que la pandemia nos sometió durante el año que termina. El diseño de la intervención consistió en algunas pocas entrevistas con el fin de facilitar la puesta en palabras de una demanda que, dada la carga traumática presente, en muchos casos ni siquiera alcanzaba a formularse. De hecho, como para dejar en claro una vez más que el analista con oferta crea demanda, en este dispositivo el mismo psicólogo era quien llamaba al consultante, maniobra que en el trayecto demostró resultar por demás eficaz.La convocatoria contó con la presencia del director de Salud Mental de la Nación Horacio Barrionuevo; la subsecretaria de Salud Mental Julieta Calmels; representantes de distintas organizaciones y las autoridades y miembros de Apba encabezados por su presidente Marcelo Clingo.
Tras las palabras de apertura y los discursos de los funcionarios que destacaron lo novedoso, oportuno y pertinente del dispositivo, dos de los más de cien analistas voluntarios relataron su experiencia en esta inédita movida institucional que supo alcanzar la dimensión de acto. Al que suscribe le tocó oficiar como comentador de esta rica experiencia. Aquí una reseña de lo que intenté formular.En el texto “Sobre el inicio del tratamiento” Freud se sirve del juego de ajedrez con el fin de ilustrar la importancia del inicio y el final de la partida. Gambito de Apba fue entonces la figura de la que me serví para abordar esta maniobra institucional consistente en ofertar escucha para crear demanda, y así driblearle a la desgracia el resquicio que la contingencia puede reservarle al deseo.
Las limitaciones a la presencialidad de los cuerpos impuesta por el obligado uso de medios digitales me permitió señalar que el cuadro de la pantalla bien puede hacer las veces de marco fantasmático, el cual ya habla en acto del sujeto en cuestión. De hecho no son pocos los pacientes que eligen presentarse en el skype o zoom con tal o cual objeto a su alrededor, para no hablar de los que se presentan a dos metros de la pantalla o acercan su rostro para llorar junto al celular. Propuse considerar entonces que estas intervenciones consisten en ponerle cuerpo al silencio. El cuerpo de la Voz con sus matices y sobre todo con sus tonos; el cuerpo de los cortes y las puntuaciones, si es cierto tal como refiere Lacan, que “no hay otro soporte del cuerpo que el corte que preside su desmontaje”[1]; el cuerpo de la mirada que se hace presente no bien el practicante corre su monitor para ausentarse de la pantalla. De allí que nunca tan oportuna la cita de Freud según la cual “Psique es extensa y nada sabe de eso”[2].Esto es: pensamos y hablamos con el cuerpo pero no lo sabemos cuando pensamos y hablamos, nuestra aproximación al acto de hablar siempre es por vía del equívoco. El pensamiento no puede pensar el pensar, solo accede a representaciones que siempre erran el tiro, el cuerpo de la angustia, del desasosiego, el cuerpo del trauma habita más acá del sentido.
De allí que la palabra del practicante se distingue por albergar ese silencio posibilitador para un decir subjetivo, allí donde la pregunta propicia cierto cambio de posición respecto de un hueco insondable que, sin embargo, sostiene el lazo social. “Orientar la demanda” lo llamó uno de los analistas convocados y me gusta considerar que tal maniobra constituye un hecho político, un hecho por el cual le ganamos un metro al aislamiento, a la soledad, a los laboratorios, al cuerpo máquina, a la mudez de la pulsión y al individualismo.De allí que considero poco pertinente hablar de tratamientos por medios virtuales por cuanto lo virtual forma parte de la presencialidad. Tal como señala Antoni Biosca I Bar en su texto Mil años de virtualidad[3], el término virtual logró cierta estabilidad a partir de Santo Tomás, quien consideró que lo virtual es aquello que actúa como lo real aunque sin serlo. Si bien el reciente devenir digital asimiló lo virtual a los usos del ciberespacio, en Lacan no faltan referencias a la virtualidad como componente del semblante que conforma un cuerpo, vaya como ejemplo el comentario al caso Dick en el seminario dedicado a Los Escritos Técnicos de Freud[4]. Es más, cuando no interviene el medio decir del equívoco, lo estrictamente digital termina por aplastar la virtualidad, es decir: anula aquello que está en potencia para así convertirnos en meros objetos de consumo. El gambito de Apba supo driblear estos obstáculos para, de esta manera, acercar una palabra que escucha a quien tenía algo para decir y quizás no lo sabía.
*Psicoanalista.
[1] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 14, “La Lógica del fantasma”, clase del 10 de mayo de 1967. Inédito.
[2] Sigmund Freud, “Conclusiones, ideas, problemas”. En Obras Completas, tomo XXIII, Buenos Aires, 1978 [1938]. P. 302.
[3] https://revistadefilosofia.org/28-01.pdf
[4] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 1, “ Los Escritos Técnicos de Freud”, Buenos Aires, Paidós, 1998 [1953-1954], p. 124